EL PACÍFICO COLOMBIANO.
ENTRE LADRILLEROS Y ARMENIA
La serpenteante carretera se fue
inclinando cada vez más. Pasamos de 1.600 mts de altura a orillas del pacífico
colombiano. Salir de Armenia y estar en una rústica cabaña de madera y palma, era
hacer un viaje a la semilla. Un volver
casi a los orígenes. Mar, playa y selva: realmente asombroso. En medio de una
modernidad apabullante, encontrarme aquí me maravilla. Entre olores de pescado
fresco, arroz con coco y selva húmeda, la vida de estos pobladores de Juanchaco
y Ladrilleros, trascurre al mismo ritmo de los pelícanos entre las olas.
A solo cuatro horas del Eje
cafetero, se emprende un viaje a la selva pacífica colombiana. Llegamos al
puerto de Buenaventura, Valle. En el malecón abordamos una lancha con rumbo a
Juanchaco. Cincuenta minutos entre un mar un poco agitado, hace que sintamos
cierta adrenalina, fragilidad y respeto
ante las fuerzas naturales. Pero el duro y sereno rostro de los dos negros que
conducen la embarcación, nos tranquiliza.
¿Cómo conectar nuestra vida de
turista casual con este tiempo y espacio casi detenidos? ¿Cómo sintonizar
nuestro reloj de ciudadanos frenéticos y casi esquizofrénicos, con el ritmo
acompasado de estos hombres y mujeres, que solo se preocupan por las cosas simples
y bellas de la vida? Un trozo de pescado con arroz, un trago de viche
(aguardiente artesanal), chancacas de coco y chontaduro, estarán en el menú casi
todos los días. Es como si la vida nos recordara que estamos hechos de pocas
cosas. Que la pesadez del hombre contemporáneo se haya por llenarse de objetos
y necesidades. Estar aquí es vivir la cercanía de la vida leve, despojada de ansiedad
y deseos artificiales.
En medio de esta inmensidad de
mar y selva, solo nos queda disfrutar de estas maravillas naturales: paseos en
lancha por los esteros, caminar por inmensas playas que se pierden en la tarde,
compartir la vida cotidiana de los pescadores en el caserío La barra, bordear
los acantilados con la fuerza de las olas rompiendo en las peñas, saborear una
comida típica de la región, comprar una artesanía de fibra de palma a los
indígenas emberas. Es despojarnos de ese peso urbano y aligerar el equipaje
para encontrar estas esencias que nos acercan a otro país que no aparece en las
agencias de viaje, ni en planes de turismo prefabricados.
Hombres moldeados por el sol y el
mar serán nuestros anfitriones. Con su español rítmico y su espontáneo Carpe diem, nos invitan a vivir esta
breve brisa que se detiene al pie de los cocoteros. Al final de este viaje, los
recuerdos, la piel que se renueva para afrontar la calle de nuevo.
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