lunes, 3 de septiembre de 2012

EL PACÍFICO COLOMBIANO. ENTRE LADRILLEROS Y ARMENIA



 

EL PACÍFICO COLOMBIANO. ENTRE LADRILLEROS Y ARMENIA

La serpenteante carretera se fue inclinando cada vez más. Pasamos de 1.600 mts de altura a orillas del pacífico colombiano. Salir de Armenia y estar en una rústica cabaña de madera y palma, era hacer  un viaje a la semilla. Un volver casi a los orígenes. Mar, playa y selva: realmente asombroso. En medio de una modernidad apabullante, encontrarme aquí me maravilla. Entre olores de pescado fresco, arroz con coco y selva húmeda, la vida de estos pobladores de Juanchaco y Ladrilleros, trascurre al mismo ritmo de los pelícanos entre las olas.

A solo cuatro horas del Eje cafetero, se emprende un viaje a la selva pacífica colombiana. Llegamos al puerto de Buenaventura, Valle. En el malecón abordamos una lancha con rumbo a Juanchaco. Cincuenta minutos entre un mar un poco agitado, hace que sintamos cierta adrenalina,  fragilidad y respeto ante las fuerzas naturales. Pero el duro y sereno rostro de los dos negros que conducen la embarcación, nos tranquiliza. 







 

¿Cómo conectar nuestra vida de turista casual con este tiempo y espacio casi detenidos? ¿Cómo sintonizar nuestro reloj de ciudadanos frenéticos y casi esquizofrénicos, con el ritmo acompasado de estos hombres y mujeres, que solo se preocupan por las cosas simples y bellas de la vida? Un trozo de pescado con arroz, un trago de viche (aguardiente artesanal), chancacas de coco y chontaduro, estarán en el menú casi todos los días. Es como si la vida nos recordara que estamos hechos de pocas cosas. Que la pesadez del hombre contemporáneo se haya por llenarse de objetos y necesidades. Estar aquí es vivir la cercanía de la vida leve, despojada de ansiedad y deseos artificiales.

En medio de esta inmensidad de mar y selva, solo nos queda disfrutar de estas maravillas naturales: paseos en lancha por los esteros, caminar por inmensas playas que se pierden en la tarde, compartir la vida cotidiana de los pescadores en el caserío La barra, bordear los acantilados con la fuerza de las olas rompiendo en las peñas, saborear una comida típica de la región, comprar una artesanía de fibra de palma a los indígenas emberas. Es despojarnos de ese peso urbano y aligerar el equipaje para encontrar estas esencias que nos acercan a otro país que no aparece en las agencias de viaje, ni en planes de turismo prefabricados. 







Hombres moldeados por el sol y el mar serán nuestros anfitriones. Con su español rítmico y su espontáneo Carpe diem, nos invitan a vivir esta breve brisa que se detiene al pie de los cocoteros. Al final de este viaje, los recuerdos, la piel que se renueva para afrontar la calle de nuevo.




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