sábado, 22 de septiembre de 2012

DESDE EL CAMINO




DESDE EL CAMINO

No puedes recorrer el camino
 antes de que tú mismo
 te hayas convertido en el camino. Buda Gautama.

Desde el principio de todos los tiempos, el hombre se ha construido en los caminos. Caminos para descubrir y descubrirse. Viajar, además de ser una forma de ocio contemporáneo, nos permite crecer interiormente y ampliar nuestros horizontes académicos, personales  intelectuales  y espirituales. Algún viajero oriental decía que no existe felicidad para el hombre que no viaja. Para los sufis el caminar es una técnica para disolver las ataduras del mundo. Para los pueblos del desierto del Sahara ser nómada es estar más cerca de ser bueno, porque toda la infelicidad del hombre nace  cuando se vuelve sedentario. Para ellos, el ser humano decae física y moralmente cuando se congrega en ciudades.
¿Qué nos impulsa a lanzarnos por senderos y caminos?. ¿De dónde nacen esas ansias de salirnos de los caminos triviales o normales y nos atrevamos a lanzarnos por itinerarios no establecidos o  inesperados?. ¿En qué lugar se haya ese deseo de evadir lo previsible y aventurarnos por lugares desconocidos?.  El espíritu del Homo Viator, o del viajero ansioso nos habita desde siempre.
Un principio de libertad es la norma para quien viaja. Ese recorrido se realiza por la línea del tiempo; ésta puede ser terrenal o espiritual. Como viajeros, tenemos varias posibilidades para desplazarnos: Hay a quienes los mueve el espíritu del aventurero puro, es decir, aquellos que se salen de los planes establecidos y escogen los itinerarios anormales. Seres humanos que, aunque recorran por senderos comunes, no buscan en ellos cierta seguridad; sino que tratan de hallar lo inusual, lo singular o diferente. El viajero aventurero no está sujeto a los cánones de los pre-destinos turísticos. Su voluntad no está escoltada y premeditada por una agencia o un guía de viajes.
Otra forma de vivir como viajero, en las sociedades contemporáneas, son los espacios urbanos. En medio de ciudades laberínticas, resulta particularmente interesante extraviarnos por calles, parques, bares, centros comerciales, centros de recreación y cultura y descubrir las expresiones humanas de manera directa. Un recorrido por los barrios bajos o por sectores marginales, nos dará la posibilidad de descubrir los rostros del dolor y la esperanza que se construyen con el pulso de los días. Deambular por los sectores de la bohemia cultural o artística, nos dará la posibilidad de encuentros y amigos inusuales. Estos itinerarios sociales nos darán la posibilidad de lo imprevisto y sorpresivo, si los re-visitamos con otras miradas.
Hay otro tipo de viajero: El espiritual. Éste no sigue  caminos naturales, ni humanos. Sus espacios son más simbólicos e imaginarios. Aquí encontramos al hombre contemplativo, en el cual media la religiosidad, las bebidas, las drogas alucinantes, las  meditaciones trascendentales o la más selecta literatura de viajes y   ciencia ficción. Esta forma de viajar desborda los límites de lo pragmático y aventura la imaginación o el pensamiento a mundos posibles, donde sólo cabe el afán de trascendencia y eternidad. Hawking, Einstein, Asimov, Verne y Carlos Castaneda nos han invitado a ser este tipo de viajeros.
Finalmente deseo hablar de un tipo de caminante para quien el goce del camino está consigo mismo. Este viajero no tiene predisposiciones, ni prevaloraciones para enfrentar las rutas acordadas. Su ruta no necesita ser extraordinaria, ni sorprendente para vivir y sentir los más inesperados sucesos. La diferencia está en su mirada; en la manera distinta de vivir el bosque, la montaña, la niebla que baja del páramo. En un mundo que nos enseña a ser insatisfechos permanentes; donde los valores del mercado y la compra nos impulsan a ser unos frenéticos consumidores de objetos y servicios, nos hace bien fundar la filosofía de lo simple, del goce y el disfrute de lo cotidiano y lo natural. Este viajero de hoy debe ser sensible y versátil. Se sabe nutrir de lo sublime y lo humano. Deben ser espiritual, pero no le debe importar dogmas, ideologías y morales excluyentes; debe ser místico, pero abierto y plural; deben ser apasionado, pero sin ser eglólatra. El tao nos enseña que el buen caminante no deja huellas. Este viajero vive los caminos con la emoción de la primera vez. Su asombro lo lleva a disfrutar un paseo de montaña con el goce de viento que llega de los páramos; se emociona al pisar los más cálidos desiertos; celebra la explosión de flores amarillas en los guayacanes; canta la llegada de la tarde en medio de bandadas de pájaros; agita las aguas de un río tropical; Cuenta los infinitos verdes de las montañas; atrapa momentos en su cámara fotográfica; escribe versos de amor mirando la vía láctea; Acaricia a su amada junto a una hoguera.
En fin las posibilidades para los viajeros contemporáneos son muchas, quizás todos debemos descubrir nuestro propio estilo de vivir los caminos. El hombre de hoy es más itinerante. Las tecnologías y comodidades nos exigen ser más dinámicos y cambiantes. Bien lo dice el filósofo colombiano Fernando González “El gran efecto del camino es formar caracteres atrevidos”. También  Kierkegaard nos dice:  “Sobre todo, no pierdas tu deseo de caminar: Todos los días camino hasta encontrarme en un estado de bienestar y para evitar cualquier enfermedad; caminando he logrado mis mejores ideas, y no conozco pensamiento alguno, por gravoso que sea, del cual uno no pueda librarse caminando... si uno se sienta y se queda inmóvil, más posibilidades habrá de que se sienta enfermo..De manera que si uno sigue caminando, todo estará bien.”         CARLOS FERNANDO GUTIERREZ TRUJILLO
          

lunes, 3 de septiembre de 2012

EL PACÍFICO COLOMBIANO. ENTRE LADRILLEROS Y ARMENIA



 

EL PACÍFICO COLOMBIANO. ENTRE LADRILLEROS Y ARMENIA

La serpenteante carretera se fue inclinando cada vez más. Pasamos de 1.600 mts de altura a orillas del pacífico colombiano. Salir de Armenia y estar en una rústica cabaña de madera y palma, era hacer  un viaje a la semilla. Un volver casi a los orígenes. Mar, playa y selva: realmente asombroso. En medio de una modernidad apabullante, encontrarme aquí me maravilla. Entre olores de pescado fresco, arroz con coco y selva húmeda, la vida de estos pobladores de Juanchaco y Ladrilleros, trascurre al mismo ritmo de los pelícanos entre las olas.

A solo cuatro horas del Eje cafetero, se emprende un viaje a la selva pacífica colombiana. Llegamos al puerto de Buenaventura, Valle. En el malecón abordamos una lancha con rumbo a Juanchaco. Cincuenta minutos entre un mar un poco agitado, hace que sintamos cierta adrenalina,  fragilidad y respeto ante las fuerzas naturales. Pero el duro y sereno rostro de los dos negros que conducen la embarcación, nos tranquiliza. 







 

¿Cómo conectar nuestra vida de turista casual con este tiempo y espacio casi detenidos? ¿Cómo sintonizar nuestro reloj de ciudadanos frenéticos y casi esquizofrénicos, con el ritmo acompasado de estos hombres y mujeres, que solo se preocupan por las cosas simples y bellas de la vida? Un trozo de pescado con arroz, un trago de viche (aguardiente artesanal), chancacas de coco y chontaduro, estarán en el menú casi todos los días. Es como si la vida nos recordara que estamos hechos de pocas cosas. Que la pesadez del hombre contemporáneo se haya por llenarse de objetos y necesidades. Estar aquí es vivir la cercanía de la vida leve, despojada de ansiedad y deseos artificiales.

En medio de esta inmensidad de mar y selva, solo nos queda disfrutar de estas maravillas naturales: paseos en lancha por los esteros, caminar por inmensas playas que se pierden en la tarde, compartir la vida cotidiana de los pescadores en el caserío La barra, bordear los acantilados con la fuerza de las olas rompiendo en las peñas, saborear una comida típica de la región, comprar una artesanía de fibra de palma a los indígenas emberas. Es despojarnos de ese peso urbano y aligerar el equipaje para encontrar estas esencias que nos acercan a otro país que no aparece en las agencias de viaje, ni en planes de turismo prefabricados. 







Hombres moldeados por el sol y el mar serán nuestros anfitriones. Con su español rítmico y su espontáneo Carpe diem, nos invitan a vivir esta breve brisa que se detiene al pie de los cocoteros. Al final de este viaje, los recuerdos, la piel que se renueva para afrontar la calle de nuevo.




domingo, 2 de septiembre de 2012

LOS CAMINOS DEL CAFÉ, FILANDIA


LECTORES Y VIAJEROS


 

PARA LECTORES VIAJEROS

 

No puedes recorrer el camino

Antes de que tú mismo

Te hayas convertido en el camino

Buda Gautama 

Desde el principio de todos los tiempos, el hombre se ha construido en los caminos. Caminos para descubrir y descubrirse. Viajar, además de ser una forma de ocio contemporáneo, nos permite crecer interiormente y ampliar nuestros horizontes académicos, personales  intelectuales  y espirituales. Algún viajero oriental decía que no existe felicidad para el hombre que no viaja. Para los sufís el caminar es una técnica para disolver las ataduras del mundo. Para los pueblos del Sahara ser nómada es estar más cerca de ser bueno, porque toda la infelicidad del hombre nace cuando se vuelve sedentario. Para ellos, el ser humano decae física y moralmente cuando se congrega en ciudades.

¿Qué nos impulsa a lanzarnos por senderos y caminos? ¿De dónde nacen esas ansias de salirnos de los caminos normales y nos lanzarnos por itinerarios no establecidos? ¿En qué lugar se haya ese deseo de evadir lo previsible y aventurarnos por lugares desconocidos?  El espíritu del Homo Viator o del viajero ansioso nos habita desde siempre.

El principio de libertad es la norma para quien viaja. Ese recorrido se realiza por la línea del tiempo, ésta puede ser terrenal o espiritual. Como viajeros, tenemos varias posibilidades para desplazarnos: hay a quienes los mueve el espíritu del aventurero puro, es decir, aquellos que no siguen un plan establecido y escogen los itinerarios anormales. Seres humanos que, aunque recorran senderos comunes no buscan en ellos seguridad  sino que tratan de hallar lo inusual, lo singular o diferente. Este viajante no está sujeto a los cánones de los pre-destinos turísticos. Su voluntad no está escoltada y premeditada por una agencia o un guía de viajes.

Otra forma de vivir como viajero, en las sociedades contemporáneas, son los espacios urbanos. En medio de ciudades laberínticas, resulta particularmente interesante extraviarnos por calles, parques, bares, centros comerciales, centros de recreación y cultura; descubriendo las expresiones humanas de manera directa. Un recorrido por los barrios bajos o por sectores marginales nos dará la posibilidad de descubrir los rostros del dolor y las esperanzas que se construyen con el pulso de los días. Deambular por los sectores de la bohemia cultural o artística nos permitirá tener encuentros y amigos inusuales. Estos itinerarios sociales nos colocarán frente a lo imprevisto y sorpresivo, si los re-visitamos con otras miradas.

Hay otro tipo de viajero: El espiritual. Éste no sigue caminos naturales, ni humanos. Sus espacios son más simbólicos e imaginarios. Aquí encontramos al hombre contemplativo; en el cual media la religiosidad, las bebidas, las drogas alucinantes, las meditaciones trascendentales o la más selecta literatura de viajes y ciencia ficción. Esta forma de viajar desborda los límites de lo pragmático y aventura la imaginación o el pensamiento a mundos posibles, donde sólo cabe el afán de trascendencia y eternidad. Hawking, Einstein, Asimov, Verne y Carlos Castaneda nos han invitado, con sus lecturas del mundo, a ser este tipo de viajeros.

Finalmente deseo hablar de un tipo de caminante para quien el goce del camino está consigo mismo. Este viajero no tiene predisposiciones, ni prevaloraciones para enfrentar las rutas acordadas. Su itinerario no necesita ser extraordinario, ni sorprendente para vivir y sentir los más inesperados sucesos. La diferencia está en su mirada; en la manera distinta de vivir el bosque, la montaña, la niebla que baja del páramo. En un mundo que nos enseña a ser insatisfechos permanentes; donde los valores del mercado y la compra nos impulsan a ser unos frenéticos consumidores de objetos y servicios, nos hace bien fundar la filosofía de lo simple, del goce y el disfrute de lo cotidiano y lo natural. Este viajero de hoy, debe ser sensible y versátil. Se sabe nutrir de lo sublime y lo humano. Debe ser espiritual, pero no le debe importar dogmas, ideologías y morales excluyentes; debe ser místico, pero abierto y plural; debe ser apasionado, pero sin ser eglólatra. El tao nos enseña que el buen caminante no deja huellas. Este viajero vive los caminos con la emoción de la primera vez. Su asombro lo lleva a disfrutar un paseo de montaña con el goce de viento que llega de las cordilleras; se emociona al pisar el más cálido desierto; celebra la explosión de flores amarillas en los guayacanes; canta la llegada de la tarde en medio de bandadas de pájaros; agita las aguas de un río tropical; Cuenta los infinitos verdes de las montañas colombianas; atrapa momentos en su cámara fotográfica; escribe versos de amor mirando la vía láctea; acaricia a su amada junto a una hoguera.
En fin, las posibilidades para los viajeros contemporáneos son muchas. Quizás todos debemos descubrir nuestro propio estilo de vivir los caminos. El hombre de hoy es más itinerante. Las tecnologías y comodidades nos exigen ser más dinámicos y cambiantes. Bien lo dice el filósofo colombiano Fernando González “El gran efecto del camino es formar caracteres atrevidos”. Y Kierkegaard nos dice:  “Sobre todo, no pierdas tu deseo de caminar: Todos los días camino hasta encontrarme en un estado de bienestar y para evitar cualquier enfermedad; caminando he logrado mis mejores ideas, y no conozco pensamiento alguno, por gravoso que sea, del cual uno no pueda librarse caminando... si uno se sienta y se queda inmóvil, más posibilidades habrá de que se sienta enfermo..De manera que si uno sigue caminando, todo estará bien.”