LITERATURA, VIOLENCIA Y MEMORIA
Por Carlos Fernando Gutiérrez
Trujillo. Docente y escritor
La sociedad colombiana ha sido
atravesada por eje trágico alrededor de la violencia. La rutinización y el
olvido, han caracterizado estas guerras internas. Los ciclos violentos se han
convertido en un elemento de cultura política,
que han dinamizado los procesos históricos. Pero estos conflictos
interiores han sufrido la fatalidad del silencio. Alrededor del conflicto, no
se ha guardado memoria. Quizá esta amnesia por el pasado, nos ha llevado a
repetir, necesariamente, muchos rituales de muerte y exterminio social.
Alrededor de la guerra, no se ha
creado una cultura de la memoria que dé cuenta y testimonie esos hechos
fraticidas. El silencio y el olvido, han sido nuestro denominador. No han
existido políticas estatales y sociales que nos permiten recoger las historias
particulares de esos conflictos históricos. Las variantes de esos
enfrentamientos, que los diferencien y singularicen de los demás hechos
violentos. Pero ante la desmemoria histórica, nos quedan muchas obras
literarias que testimonian los tiempos sombríos. Novelas, crónicas, cuentos,
relatos testimoniales y una escasa poesía, han dado cuenta de estas luchas
internas, de esta derrota social que nos ha cruzado desde años atrás. Pero
estas escrituras no han sido discutidas, confrontadas y asimiladas por parte de
la clase política y la sociedad colombiana. Será esta nuestra tragedia. El
triste destino de Casandra, aquella mujer que profetizaba, pero que nunca se le
creía. ¿Ese precio pagará esta literatura?
El Realismo
literario de las primeras décadas del siglo XX, la crónica roja, la literatura
de compromiso social, la literatura testimonial, la novela histórica, la
narrativa asociada al fenómeno del narcotráfico y el paramilitarismo, la
literatura mediática del secuestro y la prostitución de alto nivel, entre
otras, son algunas corrientes y tendencias de las cuales la literatura ha
dejado memoria.
Entender
la guerra como un discurso vivo. Allí se entrelazan estilos, corrientes y
recursos para dar voz a un país silenciado: Un
campesino sin regreso, Manuel Pacho, Viento seco, El día del odio, Cóndores no
entierran todos los días, Noche de pájaros, Colombia amarga, Noches de humo, No
nacimos pa’semilla, Aguas arriba , La parábola de Pablo, Historia de un
secuestro, La virgen se los sicarios, Rosario Tijeras, Noches de humo, La
bruja, Lara, 35 muertos, Efraín González: la dramática vida de un asesino, El
ruido de las cosas al caer, son apenas una muestra de la memoria del
desangre que nos ha aquejado durante décadas.
Los
procesos de la guerra colombiana no han logrado articularse en la memoria
nacional. No existen formas de problematización y asimilación de los factores
que rodean estos conflictos. Quizá este sea el punto de quiebre en nuestro
ideario: vivir el dolor de sus acontecimientos y no buscar la luz de sus
orígenes. Al no existir políticas claras de memoria, la literatura se ha
convertido en ese eslabón de historias, donde confluyen las huellas de un
pasado signado por el dolor y la indiferencia. En personajes y acontecimientos,
más cercanos a la realidad que a la ficción, muchos autores dan testimonio de
muchas historias invisibles y clandestinas que se niegan a silenciarse.
Ante la
cultura de lo efímero, el culto desmedido por el futuro y el desprecio por el
pasado, nos quedan las palabras literarias como un homenaje a quienes poblaron
caminos y pueblos de muerte. Existe la necesidad de articular formas más
civilizadas de memoria cultural, donde nos confrontemos históricamente. De lo
contrario, estamos ante un horizonte previsible de nuevas violencias, donde el odio continuará
con su ciclo de derrotas. Experiencias
como las de Centroamérica y el Cono sur, nos enseñaron que es necesario esa
catarsis histórica para superar un pasado de guerras civiles y golpes
militares.
Es
cierto que los conflictos violentos han generado una serie de huellas asociadas
a la literatura. Estas obras literarias son esos lugares de memoria histórica y
simbología cultural donde se evidencian los acontecimientos en la pureza de lo
humano. Allí están los hechos sin que medien ideologías e interpretaciones.
Pero estas guerras colombianas, dadas sus circunstancias particulares, debe
generar espacios de reflexión y encuentros desde el presente. Es una
oportunidad para que la literatura, las memorias y el conflicto colombiano sean
un espacio de conversación y encuentro con escritores, intelectuales y público,
en torno estos temas. Sea una oportunidad de mirarnos frente al espejo de los
acontecimientos. De confrontarnos desde las páginas literarias.